Vol. 64 (105), 2024, pp.381-400 -Segundo semestre / julio-diciembre

ISSN-L 0459-1283 e-ISSN - 2791-1179

Depósito legal: pp. 195202DF47

Artículo

Página

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https://doi.org/10.56219/letras.v64i105.3287

pocas enmiendas que esta compilación ha realizado. Puntualmente, en arepa, buñuelo y granjería, marcadas con la variación diatópica tardíamente en el 2001, a partir de la aparición de la vigésima edición del DRAE.

En cuanto a la materia que conforma el grupo (6), es decir, las unidades no recogidas por el DRAE, destacamos que casi una decena de esas unidades son de naturaleza compuesta o derivada (aguapanela, aguarapado, arepera, calentao, o calentado, guarapazo, guarapera, guarapete, guarapita). ¿Tendrá que ver la condición morfológica de estos lemas con la no inclusión en el repertorio oficial? Aunque en este punto no podemos ser taxativos, vemos en el tipo de unidad léxica una explicación tentativa para estos datos; en consecuencia, creemos que es necesario ampliar el corpus a otros campos léxico-temáticos a fin de contrastar lo aquí planteado. De lo que sí tenemos certeza es de que, excepto aguarapado, con diferente sentido en el DAMER, y las unidades catuche y guarapete, no registradas en este diccionario de americanismos, las otras han sido recogidas y tratadas como ítems de uso en Venezuela, tanto por el DHAV como por el propio DAMER.

Finalmente, se encuentra la pírrica cifra de siete (7) unidades léxicas, referidas al ámbito culinario, que sí han quedado valoradas como venezolanismos en el DRAE. Se trata de un subconjunto que históricamente ha estado asociado a la situación cultural del país: cachapa, carato, hayaca, manjarete, olleta, puntal.

De acuerdo con Castillo D’Imperio (2020), la memoria de los sabores venezolanos y de la “despensa originaria” lleva la impronta de algunas de estas piezas léxicas. Los primeros vestigios de esa cocina se encuentran en los trabajos de los cronistas, toda vez que en las páginas de las bitácoras quedaron registradas “[…] las reservas nutricionales de nuestros primeros habitantes, así como los procesos productivos y de transformación a ellos asociados” (p. 21). En parte, es esa impronta incipiente la que, hoy, quinientos años después, permite entender que cachapa y carato, por citar dos lexías, pertenecen al vocabulario de uso venezolano y forman parte de la memoria ancestral del país. Sin embargo, en su momento, el Diccionario académico, texto paradigmático de la lexicografía hispánica, no pudo, o no supo, tratarlas lexicográficamente. Con razón, Colmenares del Valle (1991) ha aseverado que el “[…] conjunto léxico admitido o reconocido por la Real Academia Española en su Diccionario no refleja, con propiedad, la realidad léxica del habla venezolana. En ese sentido,