
Francia Elena Rodríguez Rodríguez; Marlene
Arteaga-Quintero
Oralidad y resistencia en la diáspora del
afropacífico colombiano
Investigación y Postgrado, 40(1), abril 2025, pp. 109-122
El lenguaje humano se ha presentado a menudo como la línea crucial que divide a la
humanidad de los animales y la alfabetización entra, entonces, en escena como el elemento que
cumple el destino humano, la redentora de la oralidad primitiva y, en la apoteosis alfabética, la
heroína que todo lo conquista en la misión civilizadora de Occidente. Esta historia épica, tan
omnipresente como sigue siendo, está actualmente bajo ataque desde muchas direcciones; en
particular desde el trabajo en expansión sobre múltiples prácticas de alfabetización. El lenguaje
verbal es solo posible en conjunción con todos los factores aludidos (Cárcamo Landero, 2007), por
lo que su estudio es valioso desde todos sus ángulos.
Como lo señala Finnegan (2003), el mito tradicional también subestima la naturaleza múltiple
del lenguaje en sí: investigadores de varias disciplinas están revelando cada vez más la naturaleza
multimodal del habla y la escritura humanas. Centrarse en definiciones más estrechas del lenguaje
y, como en la elevación heroica de la oralidad y la alfabetización, proponer el tratamiento de la
lengua escrita como el factor crucial de la cultura, es ofrecer un relato débil y de una sola línea de
la historia humana y, con él, un relato engañoso y etnocéntrico, no solo de la humanidad en general
sino también de muchas de nuestras prácticas educativas reales. Así pues, este relato reclama ser
sustituido por un modelo más amplio y más intercultural, tanto de aprendizaje como de
comunicación.
Los estudios sobre oralidad tienden a concentrarse en aquellas sociedades o lenguas en las
que la alfabetización ha sido un fenómeno relativamente tardío y no particularmente extendido. Lo
"oral" equivale, de hecho, a lo prealfabetizado. En este sentido, la dicotomía oralidad-escritura
(oralidad-alfabetización) adquiere un significado antropológico particular; se convierte en un
criterio para evaluar las diferencias percibidas entre ciertas sociedades y pueblos. Algunos
estudiosos como Goody (1977) y Sato (2014) sostienen, con firmeza, este argumento, al considerar
otras dicotomías de esta naturaleza; por ejemplo, la dicotomía lógico-prelógico o la dupla
domesticado-salvaje, concebidas por los antropólogos Lévy-Bruhl y Lévi-Strauss,
respectivamente, como ejemplos de binarismo etnocéntrico europeo.
La dicotomía oral-literatura, que indica un cambio material en el sistema de comunicación y
de interacción humana en general, proporciona un criterio mucho más específico para distinguir
entre diferentes tipos de sociedades. Pero ¿qué es la oralidad dentro de esta dicotomía
antropológica? Puede afirmarse, de hecho, que el término acaba por referirse menos al contexto
del habla, en sí, que al contexto del habla en ausencia, más o menos completa, de la escritura (Alant,
1994).
Con base en lo anterior, se podría aceptar que la oralidad pertenece, en general, a la expresión
lingüística, en la medida en que esta última ha permanecido relativamente libre de la influencia de
la alfabetización. Pero esto solo será correcto si el estudio de la oralidad se ocupa, específicamente,
no tanto del habla en su sentido cotidiano, sino, de hecho, de formas particulares de habla
culturalmente definidas (Hajduk-Nijakowska, 2023). En tal sentido, los estudios de la oralidad se
ocupan de los géneros orales: el poema de alabanza, el proverbio, el cuento popular, la epopeya, el
canto fúnebre, etc. Así, puede resultar esclarecedor hacer una breve referencia a los orígenes de lo
que Walter Ong llama la nueva comprensión de la oralidad (Alant, 1994, p. 43): la demostración
por parte de Millan Parry (1928; 1971) de que las características distintivas de la Ilíada y la Odisea,
consideradas durante tanto tiempo como la encarnación literaria y, por lo tanto, alfabetizada de la