Vol. 64 (105), 2024, pp.49-70 -Segundo semestre / julio-diciembre

ISSN-L 0459-1283 e-ISSN - 2791-1179

Depósito legal: pp. 195202DF47

Artículo

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https://doi.org/10.56219/letras.v64i105.3274

en estos momentos en el español novohispano, y más específicamente en este ámbito de la realidad. Tales conclusiones son las que se exponen brevemente a continuación.

Así, es importante mencionar en primer lugar que los datos del corpus confirman la idea, expuesta ya en trabajos previos (Company, 2007; Ramírez Luengo, 2011, en prensa), de que los procesos de dialectalización que dan como resultado la aparición de una variedad del español característica del Altiplano Central mexicano han tenido lugar ya en la Centuria Ilustrada, pues en el texto se detecta una serie de fenómenos propios de tal español en el nivel morfosintáctico y muy especialmente en el léxico, donde el empleo de las cuatro estrategias básicas de americanización (Ramírez Luengo, 2021) −esto es, la creación (amelcochado, pipián, martajar), la prelación (ajonjolí, chícharo, durazno), la modificación (bobo, panocha, tortilla, vinagre de Castilla) y la incorporación (chicha, guayaba, papa, zopote)− sin duda se ve favorecido por el hecho de que la obra estudiada se dedique a un ámbito culturalmente tan marcado y tan imbricado con la realidad del territorio como es la gastronomía. Por lo que se refiere a tales estrategias, resulta especialmente destacable la presencia reiterada en el texto de la incorporación, que conlleva el empleo de una elevada cantidad de voces de origen amerindio −un total de 50− y que se puede entender como el reflejo lingüístico de la indudable trascendencia que tienen, para la conformación de una cultura culinaria mestiza como es la mexicana, los aportes de los diversos pueblos autóctonos con los que interactúan los emigrados europeos.

Pasando ya al análisis lexicológico de los vocablos mencionados, es interesante señalar en primer lugar su concentración en ciertas esferas específicas de la realidad como, por ejemplo, la flora, los productos manufacturados y los enseres y utensilios; por supuesto, tales resultados no son en modo alguno casuales, sino que guardan una estrecha relación con la propia conformación histórica de la gastronomía mexicana, y más concretamente con la contribución indígena a ella, a la que incorporan numerosos platos y vegetales propios del Nuevo Mundo −y no tanto animales, de ahí la escasa presencia de la fauna entre los indigenismos del corpus−, así como una serie de herramientas necesarias para su preparación. Por lo que se refiere a los orígenes etimológicos de las voces amerindias, el recetario estudiado arroja una vez más unos datos poco sorprendentes, con un claro predominio del náhuatl y una presencia más limitada o puramente testimonial de otros sistemas lingüísticos