identidad nacional legitimada tiene relación con poseer una historia compartida, con un
sustento simbólico común a las personas del espacio que se ha determinado como nación
(Mandoki, 2007).
El texto de Minvielle evidencia así la relación de la literatura con la realidad, según
la programática adscripción a escribir la patria independiente desde una nueva fuerza
simbólica y como objeto de representación en la teatralidad, estéticamente constituida, que
haga converger rasgos de carácter histórico pero, sobre todo proyectivo. Esto último, en
convergencia con la premisa del presente estudio, es lo que evidencia el propósito creativo-
pragmático del autor. La intención utilitarista del texto lleva al protagonista a la derrota
destructiva, en cuya agonística se dan cita todas las fases que dejan al descubierto un proceso
de deterioro del sector social representado por la ideología que caracteriza al protagonista.
Hacia el final de la obra, la lucha de Ernesto es presentada como una acción absolutamente
minoritaria y de contenido extemporáneo, situación que confina al personaje al desencanto y
la soledad: “Ahora me sirviera de martirio el ver trocados en adversarios a mis amigos. Ahora
ya no hai amigos ¿Puedo yo tenerlos?” (p. 35). Este aspecto de la acción del texto profundiza
aún más el conflicto que Ernesto aspira a superar, ya que aparece como una lucha vulnerable:
su batalla es personal. La libra solo. Ha encontrado alguna muestra de comprensión, pero no
de apoyo activo: “Te compadezco porque comprendo tu dolor […]. Mi cariño para contigo
no se ha disminuido, y te repito que sin absolverte ni condenarte, deploro tu situación” (pp.
23-25), expresa su primo Julio.
El empecinamiento de Ernesto por atacar cualquier vestigio de colonialismo en la
sociedad, lo sitúa al margen de causas en beneficio del bien común, a las que tributan los
otros sectores sociales, simbolizados ―sobre todo― en el pensamiento de Julio. La posición
ideológica de éste convoca a un sector de la sociedad, quizás mayoritario al momento de la
escritura de la obra, que mira el futuro de la nación eliminando acciones radicales. Por el
“Pretendíamos fundar en nuevos intereses y en nuevas ideas nuestra futura civilización” (Lastarria, 1967, p. 74).
En esta misma sintonía, el movimiento cultural chileno de 1842 asumió la tarea de educar a la sociedad para re-
fundar la nación y hacer nacer su literatura: “[…] para los jóvenes de 1842 la literatura no es sólo la expresión
imaginaria, sino toda expresión escrita, y aún más, toda actividad intelectual que tenga un fin edificante que
tienda a transformar los residuos de la mentalidad de la Colonia en una nueva conciencia nacional. La literatura
es para ellos, entonces, parte de la actividad política y ésta parte de la actividad literaria” (Subercaseaux, 2007,
p. 50).