secundarios y utilizando un lenguaje que describe a la mujer más como objeto que como
sujeto, configurando un discurso complaciente y no disruptivo, ya que no expresa opiniones
propias. Dentro de esta fase, se puede ubicar a Alvarado de Ricord (2002), quien se ajusta a
los roles estereotípicos de una mujer subordinada, pasiva y entregada al amor del hombre:
“Nada hay amable en mí/ y sin embargo me amas,/ porque el incorporarme a tu ser/ lograré
la armonía.//” (p. 249). Asimismo, no presenta ningún discurso disruptivo; por el contrario,
crea una completa dependencia: “[…]/ En plena lucidez,/ te seguirán, sonámbulos, mis
brazos./ Amo a los seres que amas y que te aman,/ y las cosas que te rodean./ Me hundiré en
el dolor si es la única parcela/ donde pueda cultivar tu recuerdo.//” (p. 239).
En correspondencia con esta fase, Pacheco Acuña (2005) señala que las voces de las
escritoras expresan descontentos y reivindicaciones en oposición a la cultura patriarcal que
confinaba a las mujeres únicamente roles domésticos y maternales, al mismo tiempo que
restringía su sexualidad. Por tanto, presenta como características el rechazo a las posiciones
de feminidad típica del patriarcado, el sentimiento de injusticia social hacia la mujer, realiza
una protesta social contra el gobierno, las leyes y diversidad de ámbitos sociales, redefine el
rol como escritoras y rechaza la pasividad de la mujer. Dentro de esta fase se puede ubicar
por un lado a Alegría (1978), quien comienza a desligarse de las figuras estereotípicas de la
tradición masculina: “Creí pasar mi tiempo/ amando/ y siendo amada/ comienzo a darme
cuenta/ que lo pasé despedazando/ mientras era a mi vez/ des/ pe/ da/ za/ da.//” (p. 7); y a
hablar, aunque aún en opresión, sobre temas tabúes: “[…]/ quise besar sus labios/ siempre
espero milagros/ otro a mi lado ahora/ ¿jura decir verdad/ toda la verdad/ nada más que la
verdad?/ juro/ balbuceo entre gemidos/ […]” (p. 48). Por otro lado, se puede ubicar también
a Naranjo (1977), que expresa una perspectiva propia femenina, pero con toque intimista y
sentimental que no genera completamente un discurso disruptivo contra la tradición
masculina: “Yo me descubro:/ hoy la sensación de no estar, de no ser/, de morir en
holocaustos diarios sin tragedia,/ de devorar libros para soplar cometas/ […]” (p. 66).
Por último, en la fase de la mujer, explica Pacheco Acuña (2005), el centro de interés
es la mujer misma, reconociendo y expresando su naturaleza. Por lo tanto, presenta como
características el autodescubrimiento y la búsqueda de la identidad, menospreciando la moral
masculina, hablando abiertamente sobre la sexualidad, el cuerpo femenino y temas tabúes, y