y extrañeza que el presente nos pueda generar. Mientras lo miraba disfrutar su galleta y su
tinto, se me ocurrió la extravagante idea de si la neblina podía generar en sus adoradores
alguna suerte de incertidumbre, aislamiento o ambigüedad de sus ideas.
Como si leyera mis pensamientos, o una mala reseña de estos, el hombre abrió su
mapire. Corrijo: mochila. Sacó un títere. —Es la mula demócrata —me dijo, y jugó a hacer
la voz del personaje. Me causó risa la espontaneidad de la situación y pensé en que en tres
años aquí he hecho menos amigos que los dedos que tengo en una mano. A nuestro alrededor,
varios parroquianos nos miraban con rostro serio, absolutamente pamplonés, y eso me causó
mucha más risa. Ahora bien, uno de los problemas de la literatura es que nos hace perder la
ingenuidad a quienes leemos mucho. Por eso, cuando el anciano me dijo que su títere no
sabía que era una mula no pude menos que recordar al bueno de Augusto Pérez, el
protagonista de la novela Niebla de Unamuno. Agradecí que la pobre mula, de fabricación
casera, no tuviera que estar sumida en ese estado de ánimo permanente de Augusto, con su
angustiante sensación de estar perdido y su incapacidad de tomar decisiones claras. La voz
chillona de la mula era la de su creador, así que obviamente no habría confrontación alguna
entre ellos. Sacudí mi cabeza y agradecí que mi interlocutor y yo no fuésemos personajes
condenados a desaparecer ante la expresión endurecida de quienes nos miraban reír, pues en
las mesas cercanas ninguno tenía siquiera la apariencia de un demiurgo local. Reflexioné si,
entre ellos, habría alguien perdido en una existencia nebulosa en la ciudad mínima sin ni
siquiera poder preguntarse alguna vez sobre el sentido de su propia vida; en cuántos no viven
aislados entre la inclemente verticalidad de estas montañas que se alzan en todas direcciones,
empeñadas en difuminar la posibilidad de otros horizontes. Y es que Pamplona es también el
lugar de las repeticiones, de las constantes que vuelven cada año, cada mes, cada semana,
como la oveja amarrada los sábados en la entrada del mismo bar, las bandas desfilando en
cada festejo, las ferias en el parque, las campanas de las iglesias, los morteros impensables
en las fiestas religiosas, el ritmo repetido del inicio y el fin de las clases de la universidad que
marca la presencia o la ausencia de estudiantes en las calles, los turistas de los fines de
semana, las ruanas, los sombreros, las miradas furtivas. Decidí volver a leer Niebla una vez
que llegue de Caracas la caja que contiene nuestros clásicos de literatura española. Si hay