En segundo lugar, porque no solo revela continuidades con procesos que pertenecen
a los ámbitos político, económico, social, cultural, demográfico, científico y tecnológico de
la contingencia histórica en la que se inserta, sino porque también activa (o silencia)
determinadas memorias. En efecto, en cada diccionario se entrecruzan opciones teóricas,
metodológicas y epistemológicas en la definición de lengua (y, por extensión, de norma
idiomática) ligadas a los avances en la reflexión sobre las ciencias del lenguaje; las
transformaciones en la composición demográfica de la población debido a, ante todo,
movimientos migratorios internos e internacionales; los cambios en la distribución de las
fuerzas políticas; los requerimientos y las exigencias sociales y económicas; las necesidades
del mercado laboral, es decir, del aparato o estructura productiva; los modelos pedagógicos
vigentes; las demandas educativas; las presiones del mercado editorial y de la industria del
entretenimiento; los desarrollos de las tecnologías de la palabra y de la comunicación; entre
otros factores, que como analistas críticas y críticos debemos identificar, describir y explicar.
En tercer lugar, porque pese al hecho de que en la larga duración exhiben una notable
estabilidad genérica (estructura y partes en que se dividen u organizan (megaestructura,
macroestructura y microestructura), categorías que utilizan, construcción de la secuencia que
proponen en la configuración del artículo o asiento lexicográfico, etc.) y que declaran
administrar, con mayor o menor énfasis descriptivo o prescriptivo, la actividad verbal, los
diccionarios son discursos donde se asoman y se esconden sistemas lingüístico-político-
histórico-ideológicos que establecen jerarquías sociales e instauran autoridad. Estos
dispositivos operan desde la reflexión sobre el lenguaje en la constitución de imaginarios
colectivos, relaciones sociales y entidades político-económicas, y, por ello, participan, en
última instancia, en la formación, reproducción, transformación o subversión de las
sociedades.
* El control de las sociedades no es, en absoluto, un fenómeno reciente en la historia
de la humanidad. Desde la antigüedad, pasando por el feudalismo medieval hasta en el
período de apogeo de los Estados nacionales modernos y la etapa actual en sintonía con las
distintas fases del sistema capitalista mundial (comercial, industrial, financiero), se
implementaron variadas medidas y acciones para lograr este propósito. La organización, la
jerarquización y el control de las lenguas, de las variedades, de los dialectos, de los
sociolectos, de los registros y de los modos de leer, de escribir y de hablar tampoco lo son
(Foucault, 2008). En Occidente, una amplia gama de instrumentos (meta)lingüísticos
(Auroux, 1992; Arnoux, 2016; de Araujo da Costa, Modesto, de Aquino, 2023; Orlandi 2001)
como las gramáticas (en sus distintos tipos: generales, particulares, de Estado; descriptivas,
prescriptivas), los diccionarios (en sus distintas modalidades: monolingües, bilingües,
plurilingües, escolares, de dudas, especializados o de terminología), los glosarios, las