Vol. 65 (107), 2025, pp.353-358 -Segundo semestre / julio-diciembre
ISSN-L 0459-1283 e-ISSN - 2791-1179
Depósito legal: pp. 195202DF47
Crónica
Página 353
https://doi.org/10.56219/letras.v65i107.4731
Titanomaquia
La experiencia universitaria seguía siendo “una escuela” de vida para mí, aun cuando
ya había superado en grado heroico la dura prueba del primer semestre.
Ha pasado tanto tiempo que realmente no puedo asegurar si aquel doloroso día de mi
cristiana vida fue en el 2018 o en el 2019. Lo cierto es que ese día comprendí o bueno, mejor
dicho, viví, aquella frase tan absurda que solía escuchar de las maestras en la escuela:
“pagan los justos por pecadores”. Y en este caso, no estoy segura si la culpa fue de mis
compañeros que prepararon el terreno, de Maduro y su séquito, o mía.
Había transcurrido una semana bastante movida en casa, el trabajo con los niños del
colegio era un constante consumir y recargar mis baterías físicas y mentales. El viernes,
Tomás, llenándome de abrazos y besos caros, me haló el velo en el recreo mientras
descansaba en la escalera. Desde temprano, el pequeño de 3 años, me seguía con una mirada
curiosa y unas ternuritas demasiado exageradas para venir de él. Sin embargo, más fue el
escándalo de las conservadoras maestras por aquel espontáneo hecho, que la molestia que
pudo causarme. Me reí, me reí tanto que lo fui persiguiendo por el patio rojo con los cabellos
en la cara, simulando quizá un espanto, o la monja de la película de Corin Hardy.
Fue un final de semana agradable, hasta que me topé por primera vez con el libro
gordo, muy gordo, que me había asignado aquella mujer para leer, y que discutiríamos en
clase el día lunes. Eran las tres de la tarde cuando me dispuse a estudiar. Salí de mi habitación,
estiré mi aperezado y cansado cuerpo, y fui a tomarme un café. Al llegar a la cocina recordé
que, por aquello de la escasez del momento, ese divino sustento estaba reservado solo para
el desayuno y el azúcar solo se podía consumir una vez al día y yo, sin duda, la prefería en
Iria Natalia Agreda Abreu
irianaipc@gmail.com
Profesora de Lengua y Literatura, egresada de la
Universidad Pedagógica Experimental Libertador,
Instituto Pedagógico de Caracas. Actualmente
directora de la Unidad Educativa Colegio Sagrada
Familia, Tucupita, Estado Delta Amacuro,
Venezuela.
https://orcid.org/0000-0002-6908-819X
Unidad Educativa Colegio Sagrada Familia,
Tucupita, Edo. Delta Amacuro, Venezuela.
Página 354
Titanomaquia
Crónica
https://doi.org/10.56219/letras.v65i107.4731
el café. Y así, sin merienda de media tarde, subí a la biblioteca del tercer piso de mi casa,
lejana, fría y oscura, gracias al apagón que dejó a Venezuela sin luz por esos días, y a mi
rincón de estudio sin bombillo.
El libro lo tenía en digital, así que prendí mi computadora y abrí el documento. Era
maravilloso porque trataba del origen del español, lengua de América. Sin embargo, también
era una cruz, no solo por lo extenso, sino por la abundancia de historia, fechas y nombres
extraños. Y eso, chocaba con mi poco tiempo disponible y mi memoria que, para este siglo
de pendrives y nubes, en cuestiones de historia era diskette.
Pasó una hora, y otra, y otra. Paré, fui a rezar las tradicionales vísperas con mis
hermanas y en un abrir y cerrar de ojos, ya había cenado y compartido con ellas en la sala de
televisión hasta las 8:30 p.m. Todavía quedaba noche, así que mis fatigados ojos podían
seguir batallando con aquellas bailarinas letras que narraban, en cierta forma, aquellas
palabras de Borges “un idioma es una tradición, un modo de sentir la realidad, no un
arbitrario repertorio de símbolos”, y en eso, toda una terrible contextualización política y
social de la época de la conquista y la colonización. Sí, terrible por lo histórico, por las fechas
y los nombres. Eso, solo eso, hizo más vehemente mis ganas de irme a dormir. Y lo hice.
Así, el sábado, entre la hemodiálisis de Mirian, el ir a llevarla, robarle el wifi a las
enfermeras, encender mi computador para estudiar a la par otras materias en el
estacionamiento de la clínica, y volver a casa luego de tres largas horas de espera para que la
pasaran a la habitación donde conectan a los pacientes y tres horas más para que acabe el
proceso, me dispuse nuevamente a leer a Chumaceiro y Álvarez hasta las once, cuando la
alarma de mi celular me recordó que al día siguiente tenía retiro en la comunidad y, en
definitiva, no iba a poder estudiar el domingo. En ese momento un punzante dolor se me
clavó en la cabeza. Junto al dolor, las voces de la ansiedad y el desánimo me empezaban a
abrazar y abrasar, casi tan fuerte que difícil se hizo esa noche para dormir.
El domingo, tradicionalmente conocido para muchos creyentes como “día del Señor”,
comenzó y terminó con la oración prevista para el día de retiro; todo iluminado con aquel
texto bíblico que dice en esto conocerán todos que son mis discípulos: en el amor que se
tienen unos a otros(Jn 13, 35). Por la noche, cansada de la jornada porque la oración,
aunque no parezca, también agota la mente, me dirigí nuevamente a mi biblioteca del tercer
Vol. 65 (107), 2025, pp.353-358 -Segundo semestre / julio-diciembre
ISSN-L 0459-1283 e-ISSN - 2791-1179
Depósito legal: pp. 195202DF47
Crónica
Página 355
https://doi.org/10.56219/letras.v65i107.4731
piso. Ya tenía bombillo, una de mis hermanas había tenido el detalle de cambiarlo para
darme un espacio más cómodo para estudiar. La vi salir del lugar con una sonrisa en el rostro.
Las palabras convencen, pero el testimonio arrastra, me dijo, mientras seguía su camino.
Yo, con cierta resistencia todavía, me senté frente al computador y seguí leyendo mi libro
gordo, tomando apuntes en mi cuaderno de Gokú.
Llegó el día, el famoso lunes que todos odian por el solo hecho de haber tenido la
suerte de ser el primer día de la semana. Las mismas quejas en la mañana: la maestra Karla
no vino porque no tiene dinero para el pasaje, Alexis no vino porque no hay camionetas por
su casa, los niños están solos y nadie quiere hacer la suplencia por ese sueldo, retiraron a
los morochos del colegio porque se fueron del país el fin de semana… tremendo panorama
para empezar la semana. Pese a eso, fui a mi respectivo trabajo con los de inicial hasta las
11:30 a.m., comí algo ligero y rápido y eché una repasada a mis anotaciones antes de irme a
clases.
A las 12:15 del mediodía estaba como un clavel frente a la Biblioteca Nacional y la
Av. Panteón, con una pequeña garúa que poco a poco se fue tornando lluvia. “La clase es a
la una”, pensé, y me relajé porque todavía tenía tiempo. Claro, era la mentalidad de la que no
termina de ubicarse en esa Venezuela de crisis de gasolina, de gasoil, de comida y de
cualquier otra cosa. El tiempo ante parecía estar detenido, en la cercana avenida no se
escuchaba ya ni el ronquido de los carros; se escuchaba la lluvia a mi alrededor, y los
lamentos en mis adentros. El tiempo no estaba detenido nada, era la una y veinte minutos y
yo ahí, deseando pedir un taxi como cuando vivía en Tucupita, y era más fácil ir de un lugar
a otro por la distancia, por la época, porque no recordaba la crisis, porque mi mamá me
pagaba el taxi. Al cabo de un minuto, apareció cual fantasma la camioneta que dice Las
fuentes y que pasa justo al frente del Pedagógico. Subí, cerré el paraguas, me empujó un tipo
que además se quejó porque me estaba abriendo un espacio en el pasillo, argumentando que
“era monja”. Quizá en su mente de ignorante pensaría que por ser lo que soy debía morir
callada ante la incomodidad que me estaba causando su presencia, sin derecho a exigir un
poco de respeto. Ignorante al fin. Pobre hombre, seguro tuvo un mal día.
Seguí mi camino, apenada, porque estaba llegando cuarenta minutos tarde. Bajé de la
camioneta, crucé la calle y me fui casi volando al segundo piso de la Torre Docente. Respiré
Página 356
Titanomaquia
Crónica
https://doi.org/10.56219/letras.v65i107.4731
profundo antes de cruzar la puerta del Departamento con más prestigio de la universidad,
eché un vistazo a la oficina de la jefa, que estaba abierta, y luego ent con dirección a la sala
del departamento. Me paré en la puerta, con la intención de disculparme por el retraso. Me
disculpé, aunque la profesora creo que no me escuchó. Intenté pasar, pero una fuerza
sobrenatural me lo impedía. Lo hice una y otra vez, pero había como una pared invisible que
lanzaba chispazos de corriente y paralizaba los músculos como por un minuto. ¿Ciencia?
¿Magia? ¿Qué era eso? La mujer que estaba dentro, se encontraba rodeada como de 8
personas; los mismos, tan pálidos como suelo imaginar a Blanca Nieves. Con una mano
desactivó la fuerza sobrenatural que me impedía el paso, y con la otra dejó paralizados a los
8 individuos. Parecía de película, pero yo misma lo estaba presenciando con mis propios ojos.
Entré a la sala, me senté; temblando, abrí mi cuaderno con los apuntes de Chumaceiro y
Álvarez, y me dispuse para la clase. Bueno, intenté disponerme, pero no pude. Mis manos no
respondían, mi cuerpo estaba inmóvil; mi cabeza escuchaba palpitaciones y mis ojos se
encharcaban incontrolablemente de lágrimas. Levanté la mirada y dieciséis ojos estaban
puestos en mi esperando una respuesta. Resulta que la profesora algo había preguntado de la
época de las cruzadas y la reina Isabel y, al parecer, estaba esperando que al menos por cultura
general o cristiana, pudiera responder. De pronto pude mover las manos, y aproveché para
agarrar el cuaderno e intentar buscar la respuesta que ella estaba esperando. Pasé una página,
dos, tres y muchas páginas, y todo el cuaderno estaba en blanco…
De pronto, un grito. ¡Tirana! ¡Tirana! ¡Soy una tirana! Y al cabo de un suspiro, firmó
la asistencia y se fue.
A los compañeros les volvió el color al rostro, las chicas empezaron a moverse, mis
piernas dejaron de estar paralizadas, pero mis ojos no dejaban de llorar. ¿Un hechizo en el
salón? No lo sé, pero había acabado. Era una posibilidad ella dijo que era tirana, pero puede
ser más bien titánide, el femenino de titán. Todos se fueron levantando y retirando
lentamente, como previendo toparse con la deidad en el pasillo. Yo me levanté y caminé
hacia la puerta, y entre el silencio y la soledad, la dulzura irrumpió:
Tranquila, tranquila. No es mejor cristiano el que mucho sabe, sino el que mucho
ama. Dijo Dulcinea mientras me abrazaba y me animaba a valorar solo lo bueno que tenemos
las personas.
Vol. 65 (107), 2025, pp.353-358 -Segundo semestre / julio-diciembre
ISSN-L 0459-1283 e-ISSN - 2791-1179
Depósito legal: pp. 195202DF47
Crónica
Página 357
https://doi.org/10.56219/letras.v65i107.4731
Y me fui, pensando dos cosas: la primera, por qué no supe responder lo de las
cruzadas y si eso me hubiese hecho “mejor cristiana”. Así, como ella que sabía la
respuesta… Y la segunda, si para la siguiente clase debía ir vestida con armadura para
protegerme de los ataques.
Página 358
Titanomaquia
Crónica
https://doi.org/10.56219/letras.v65i107.4731