Vol. 65 (107), 2025, pp.359-362 -Segundo semestre / julio-diciembre
ISSN-L 0459-1283 e-ISSN - 2791-1179
Depósito legal: pp. 195202DF47
Crónica
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https://doi.org/10.56219/letras.v65i107.4732
Peregrinación a La Pastora
Después de escuchar la alarma a las siete en punto de la mañana, Cecilia despegó de
su cama estrepitosamente al recordar la agitada agenda de esebado 28 de octubre de 2023.
En principio, su hijo cumplía trece años y su madre la esperaba desde temprano para cumplir
con la promesa de visitar el templo de San Judas Tadeo por el favor concedido.
La siguiente hora de la mañana transcurrió como otro día de escuela: “come rápido
que se nos hace tarde”, ¿arreglaste el bolso?”, “¿te cepillaste?”. El Modelo de Asambleas
del Colegio Simón Bolívar esperaba por un cumpleañero en calidad de principiante que
mucho tenía que recorrer desde El Paraíso hasta Manzanares.
Ambos se persignaron en el auto para el buen viaje y, al mismo tiempo, Cecilia le
guiñó al tablero para que le rindiera el cuarto de tanque porque no tenía espacio en la agenda
para hacer la cola de la gasolina.
Caracas parecía una ciudad normal. Cuarenta y cinco minutos le ocupó a Cecilia el
trayecto de ida y vuelta.
Su madre la esperaba con una arepa que prefirió reservar para el regreso de la visita
al templo debido a la amenaza de los espasmos estomacales. Esto no decepcionó tanto a su
madre como los 40 Bolívares de pasaje que asoCecilia de su bolsillo para tomar dos
autobuses de ida y dos de vuelta. “Estamos listas”, le dijo a su madre.
Primera parada: Escasean los autobuses de Puerta Caracas.
Delia Jardim
jardimdelia@gmail.com
Estudiante de Pregrado en la Universidad Pedagógica
Experimental Libertador, Instituto Pedagógico de
Caracas, Venezuela (UPEL-IPC), en la especialidad
de Lengua y Literatura. Preparadora de la Cátedra de
Estructura del Español (UPEL-IPC). Pasante
académica en la Universidad Central de Venezuela
(UCV) en el área de la promoción de la lectura.
Coordinadora pedagógica del área de Lengua y
Literatura de Institutos Educacionales Asociados,
Colegio El Peñón.
https://orcid.org/0009-0007-9277-8344
Institutos Educacionales Asociados,
Colegio El Peñón, Baruta, Venezuela.
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Madre e hija se bajaron del autobús de La India a Capitolio. Su parada fue en la
Avenida Baralt en la Calle Luis Camoens con esquina a la calle Piedritas. Un sol ardiente se
reflejaba en el pavimento y despertó el lamento de Cecilia por no llevar consigo una botella
de agua.
A dos metros se detuvieron en una de las tantas paradas improvisadas de la avenida.
Visualizaron a un puñado de personas que simulaban estar a la espera de transporte. La madre
de Cecilia se acercó a la multitud. “Esta es la cola para la Panteón”, le respondió un anciano
con mirada esquiva. Ante tal simpatía, se reincorporó al breve espacio que le reservaba su
hija, pues la masa avanzaba de un lugar a otro en diferentes direcciones.
Veinticinco minutos era demasiado tiempo para Cecilia. Sin vacilar le dijo a su madre:
“¿Te molesta caminar?” Esta le respondió con pasos de afirmación.
“Tú sabes, me llamaste ese día, estabas angustiada. Entonces pensé en San Judas
Tadeo, uno nunca debe hacer promesas en nombre de otro, pero resultó”. Cecilia no
respondió al comentario de su madre. Estaba concentrada en caminar y en la oportunidad de
ver por el rabillo del ojo izquierdo alguna camioneta con un letrero de “Puerta Caracas”, pero
esto nunca pasó.
En el trayecto a pie, la madre distorsionaba el sentido del viaje con algunas paradas
espontáneas en locales de chinos y árabes. “Esto está más barato que en España”. “Yo
necesito venir otro día para comprar el escurridor, pero no cómo cargaeso hasta la casa”.
Cecilia se mordía la lengua con expresión de duda.
Ya tenían más de media hora caminando y, sin darse cuenta, estaban a dos cuadras
llaneras de Puerta Caracas. “Imagínate si seguíamos esperando por el autobús, nunca íbamos
a llegar”, expresó la madre.
Segunda parada: Los Amadores de José Gregorio Hernández en La Pastora.
Una vez atravesado el umbral de Puerta Caracas, en el viaje recordaban su intención
original: pagarle la promesa a San Judas Tadeo. Atrás quedaba la hilera de locales
comerciales para dar paso a las colinas coloridas con sus calles estrechas e inmensos
ventanales que recuerdan la Caracas de ayer.
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En una de las copiosas subidas se asomó un mural colorido cargado de flores y placas
con agradecimientos que rodeaban la figura plana y sobria de un hombre dibujado en blanco
y negro. Habían llegado a la esquina de Los Amadores de La Pastora, calle en la que fue
atropellado José Gregorio Hernández un 19 de junio de 1919.
La mamá de Cecilia fue la primera en detenerse y hacer una recitación mental de
plegarias no exentas de gratitud. Después le siguió su hija, que leía con curiosidad las
leyendas que soportaban las placas. La señal de la cruz fue la indicación de avance.
Tercera parada: ¡Queremos luz!
Una vez que llegaron a la Plaza de La Pastora, la tranca de autobuses y carros
particulares sombrearon el paisaje. Los autos paralizados emitían un estruendoso ruido que
se entremezclaba con el vocerío de los agitados conductores y transeúntes. Al mismo tiempo,
Cecilia leía las frases de los muros de mármol de la Iglesia de La Divina Pastora: “Ninguno
es tan malo que no pueda entrar”. “Ninguno es tan bueno que no necesite entrar”.
Aceleraron el paso cuesta arriba por lo que apenas se santiguaron frente a las puertas del
templo. A pocas cuadras, les sorprendió el cierre de las calles bajo la consigna de:
“¡Queremos luz!”.
La parada fue obligada. Escombros, materos, bolsas de basura y cauchos formaban
murallas en al menos cuatro cuadras contiguas. Las mismas calles que las llevarían al
Santuario de San Judas Tadeo de los Agustinos Recoletos.
Una discusión entre policías y vecinos fue oportuna para que Cecilia y su mamá
superaran la primera barricada. Ahora quedaba lograr avanzar entre las tres restantes. “Yo te
iba a decir para venir el domingo, de igual forma pagábamos la promesa” dijo la madre.
En la segunda barricada discutían los vecinos del lugar: “Esto es una maldad”. “La
calle está cerrada, ¿no entiendes?”. “¡Queremos luz!, ¡tenemos una semana sin luz!”.
Los fieles a San Judas Tadeo se aglomeraban y unos aplaudían la protesta mientras
que otros la repudiaban. Una señora con andadera apaciguó a los protestantes, quienes
cedieron el paso a un grupo, entre las que estaban Cecilia y su madre.
La tercera barricada estaba dosificada por el espíritu de un grupo de infantes que
jugaban saltando los obstáculos de la muralla. Los feligreses esperanzados seguían a pie su
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trayecto. De repente, el repicar del celular de Cecilia le advertía que en pocos minutos le
harían entrega de la torta de cumpleaños. “Disculpa amiga, estoy en la calle y todavía no he
podido terminar una diligencia, yo te llamo apenas llegue a la casa”; ya eran las 11:30 de la
mañana y los pendientes le atormentaban.
Cuarta y última parada: La luz divina despierta la fe.
La cuarta muralla era solitaria. Los escombros estaban dispersos sin un orden definido
y algunas miradas se asomaban de los ventanales con imágenes de San Judas Tadeo.
Una muchachada uniformada con la imagen del santo daba la bienvenida. La madre de
Cecilia dirigió la entrada por el sótano del Santuario donde estaba dispuesta una tiendita con
imágenes y chucherías. Le señaló a su hija una imagen de San Judas Tadeo, Cecilia asintió
y, su madre en agradecimiento se la regaló.
Juntas ingresaron al templo y las bienvenidas de los monaguillos advierten el fin del
peregrinaje “¡Adelante, bienvenidos!”.
Se encontraban frente a la representación del patrono de las causas perdidas, lo
encontraron envuelto en el reluciente amarillo de innumerables girasoles.
Cecilia sabía que todo estaría mejor, la bajada sería fácil.