
Vol. 65 (107), 2025, pp.359-362 -Segundo semestre / julio-diciembre
ISSN-L 0459-1283 e-ISSN - 2791-1179
Depósito legal: pp. 195202DF47
https://doi.org/10.56219/letras.v65i107.4732
En una de las copiosas subidas se asomó un mural colorido cargado de flores y placas
con agradecimientos que rodeaban la figura plana y sobria de un hombre dibujado en blanco
y negro. Habían llegado a la esquina de Los Amadores de La Pastora, calle en la que fue
atropellado José Gregorio Hernández un 19 de junio de 1919.
La mamá de Cecilia fue la primera en detenerse y hacer una recitación mental de
plegarias no exentas de gratitud. Después le siguió su hija, que leía con curiosidad las
leyendas que soportaban las placas. La señal de la cruz fue la indicación de avance.
Tercera parada: ¡Queremos luz!
Una vez que llegaron a la Plaza de La Pastora, la tranca de autobuses y carros
particulares sombrearon el paisaje. Los autos paralizados emitían un estruendoso ruido que
se entremezclaba con el vocerío de los agitados conductores y transeúntes. Al mismo tiempo,
Cecilia leía las frases de los muros de mármol de la Iglesia de La Divina Pastora: “Ninguno
es tan malo que no pueda entrar”. “Ninguno es tan bueno que no necesite entrar”.
Aceleraron el paso cuesta arriba por lo que apenas se santiguaron frente a las puertas del
templo. A pocas cuadras, les sorprendió el cierre de las calles bajo la consigna de:
“¡Queremos luz!”.
La parada fue obligada. Escombros, materos, bolsas de basura y cauchos formaban
murallas en al menos cuatro cuadras contiguas. Las mismas calles que las llevarían al
Santuario de San Judas Tadeo de los Agustinos Recoletos.
Una discusión entre policías y vecinos fue oportuna para que Cecilia y su mamá
superaran la primera barricada. Ahora quedaba lograr avanzar entre las tres restantes. “Yo te
iba a decir para venir el domingo, de igual forma pagábamos la promesa” dijo la madre.
En la segunda barricada discutían los vecinos del lugar: “Esto es una maldad”. “La
calle está cerrada, ¿no entiendes?”. “¡Queremos luz!, ¡tenemos una semana sin luz!”.
Los fieles a San Judas Tadeo se aglomeraban y unos aplaudían la protesta mientras
que otros la repudiaban. Una señora con andadera apaciguó a los protestantes, quienes
cedieron el paso a un grupo, entre las que estaban Cecilia y su madre.
La tercera barricada estaba dosificada por el espíritu de un grupo de infantes que
jugaban saltando los obstáculos de la muralla. Los feligreses esperanzados seguían a pie su